TISA o la poesía del determinismo histórico

Aquellos que nos arropamos -o arrojamos, según se mire- en la creatividad como condición sine qua non de nuestra existencia a veces sufrimos el equivocado enjuiciamiento, por parte de propios y extraños, sobre la futilidad de nuestros planteamientos vivenciales. Como si la estética, la ética o el arte -palabro peligroso- tuvieran que justificarse constantemente ante la realidad que día a día nos desmiembra y adormece.
Explicar constantemente que, por ejemplo, la poesía es un oficio que se centra en la singularidad puede llegar a ser pedante, erosionador y, con toda seguridad, inútil. Al igual que hacer entender que un pintor o un escritor determinado puede estar más o menos cercano a los puntos álgidos de su tiempo, que puede o no ser premeditado, que puede ser sólo una acción de cara a la galería y tantas otras diserciones, variables y tesis/antítesis puede, y lo hace casi siempre, hacernos creer que el arte no participa activamente del devenir de los acontecimientos.

Y nada más lejos. Lo que ocurre habitualmente es que al público en general le llegan diez cosas y se quedan con tres o cuatro. Como poco, absorben ideas claras y sencillas. Y por supuesto no profundizan. No indagan en el autor al igual que cuando vamos al IKEA no se nos ocurre pensar en la vida del diseñador.

Y también es verdad que en estos tiempos casi sin filtros, para lo bueno o para lo malo, habrá autores, artistas, creadores, (demonios, da igual) que trabajarán únicamente por crear un artefacto, un producto, un objeto que les brinde réditos. Siempre fue así, ciertamente, pero claro hoy por hoy esto es una selva en la cual a veces cuesta distinguir entre pretensiones e intuiciones y, como no, la mediocridad en el fondo de las obras es norma general.

Así, con este panorama, y retomando el hilo argumental anterior, es difícil, cada vez más, hacer llegar a más individuos esto que algunos llamamos creatividad.
Seguimos ofreciendo confusión a un sistema social que se desvive por ideas vagas y fáciles de repetir. Y, por tanto, seguimos pareciendo vivir en un universo paralelo que no se percata de acontecimientos exteriores, como pez en una pecera. Mientras allá agua limpia en ésta parecemos decoración.

Y no es así. Yo conozco muchos casos (también muchos peces profesionales), en los que el autor vive constantemente en una frustación y lucha titánica destinada al fracaso con la realidad. Y esta acción, de una u otra manera, se verá reflejada en su obra, sea cual sea. 
Y en este grupo encuentro personas preocupadas por la opacidad y oscurantismo con la que se están llevando los trámites para aprobar el TISA, un acuerdo de libre comercio que va a poner la libertad individuo a merced del consumo. Porque en eso nos estamos convirtiendo, nos convertimos desde la infancia, en puros y frágiles consumidores.

No están, estamos, preocupados por si su obra se verá afectada por este tratado o cualquier magna obra sociópata que nos quieran imponer, sino por el futuro del pensamiento crítico, el devenir del espíritu librepensante, por el ocaso de estos tiempos aciagos que parecen desembocar en un océano ignoto y no navegable para buena parte de la humanidad.

Y en nuestra singularidad debemos posicionarnos o no seremos. Definitivamente.

Porque aún vivimos en tiempos donde la palabra tiene su peso y, ellos, en sus cuarteles, no acaban de hacer público un acuerdo donde no hay espacio para la disensión, no hay lugar para un trabajador digno y no habrá tiempo para darse cuenta que te han absorbido la vida con el único propósito de hacerse grandes, enormes basiliscos.

La Edad Media, el feudalismo, os recuerdo que existieron. Y la creación de bloques económicos rígidos, deshumanizados, son la meta de estos señores a los que no conocemos, ni conoceremos jamás, pero que son capaces de condenarnos para salvar un McDonalds.

O un IKEA.

¿Y qué papel tiene en todo esto la poesía, la creación singular?

Pues ya decidís vosotros mismos. Aún es nuestra.

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