Indignado, Indignadísimo...


Me hago eco en este espacio virtual, ventana de despropósitos eventuales y caros aciertos, de una reflexión que, sin paliativos, comparto en su totalidad. Reproduzco así, tal cual, el texto que mi buen amigo Guillermo Vivero Salmerón, biólogo de sutil pluma, me remitió a mi correo electrónico.

"Fue el 1 de Enero de 2002. Una maravillosa fecha que quedará para el recuerdo de todos nosotros. Ese día fue cuando se culminó una de las mayores estafas a la ciudadanía que se recuerdan en la historia de la Humanidad. Ese día, un grupo de señores encorbatados y señoras muy bien trajeadas, celebraban con champán del caro la entrada en vigor del euro, una moneda que en el caso de España nos hizo un 67% más pobre de lo que ya éramos.
Vivíamos en el punto álgido de esa maravillosa orgía política de bancos especuladores y ladrillos sin freno, cuando el cambio de moneda hizo que aflorasen los millones como churros de debajo de cualquier sitio. Nadie pareció incomodarse por ello; porque 4 de cada 5 billetes de 500 euros, circulase por España, aunque los españoles los bautizásemos como los “Bin Laden”, por aquello de que sí, efectivamente existían, pero no, prácticamente nadie los había visto jamás.
Nadie, decía, pareció incomodarse con aquella realidad, posiblemente porque muchos de los que afloraron pesetas de los colchones, o de los ladrillos, eran los mismos que desde sus orondas poltronas regían los destinos de un país hecho jirones, donde aunque muchos no lo recuerden, la inmensa mayoría de la población seguía teniendo una mierda de trabajos con unos sueldos de mierda. La única diferencia es que como bien podría decir un poema, “cuando éramos ricos”, no había reparos en dar préstamos y créditos. Total, el ladrillo estaba por las nubes y poco importaba que tu amigo el banco, te quitase hasta el llavero del coche, porque siempre lo subastarían por lo mismo o más de lo que le debías en ese momento.
Era el sistema económico perfecto.
Pero se vino abajo.
Ninguno de los sesudos dirigentes de la economía mundial, nacional o de barrio, pensó en que las leyes se cumplen siempre, incluyendo la de la oferta y la demanda. Esa virtuosa pirueta de aumentar la oferta de ladrillo, sin que por contrapunto bajase el precio del mismo, terminó por estallar un buen día en el que, para sorpresa de avispados Gobernadores de bancos, flemáticos Ministros de Economía, líderes y lideresas de costosos y regalados trajes, mercenarios de la economía y honradísimos banqueros, se dieran cuenta de que en el mundo había más dinero sobre papel que circulando; que había más ladrillos que euros en las cajas de ahorros. Que, en definitiva, faltaba pan (euros) para tanto chorizo.
Ahora, tras 3 años de crisis económica en los que el Gobierno de España ha conducido a los pensionistas a la pobreza, a los jóvenes a la desesperación y la ruina y a millones de trabajadores al paro, surge un movimiento de ciudadanos indignados, hartos de tener que vaciar sus agujereados bolsillos, para pagar las borracheras de lujo, poder caciquil y excesos bancarios de la clase política y de sus amigos calculadamente colocados en las grandes empresas españolas donde les harán un hueco futuro como prestigiosos consejeros.
O dicho de otra manera, la gente se ha hartado de un sistema político corrupto, de un sistema electoral viciado y perverso que no refleja la voluntad popular, como bien demuestran los pactos entre bambalinas que los políticos hacen al día siguiente de las elecciones, no para escuchar la voluntad ciudadana, sino para salvar el culo del asiento que están a punto de removerle. Y así, asistimos a espectáculos inmorales como que los peperos apoyen a los sociatas, o los sociatas a los peperos, o los nuevos comunistas apoyen o no según van los barrios a la derecha o al neoliberalismo español. Porque si de algo se puede estar seguro, es de que en España, izquierda política ni hay, ni tiene visos de aparecer.
Todo ello envuelto en un magma de cara dura impresionante, de cinismo repulsivo, de desfachatez a prueba de bombas, de desvergüenza elevada a la enésima potencia. La demostrada por una clase política muy incómoda con el hecho de que la sociedad se eche a la calle a cuestionar un sistema que sólo ha servido para recoger a los pesebreros del poder, a los lameculos sin escrúpulos que se esconden y mangonean la caja de nuestros impuestos a su antojo y placer.
Gente molesta porque el día que sacan su corbata nueva, su gomina, sus bolsos y/o trajes de regalo, para ir a tomar posesión como representantes de un pueblo al que han exprimido como si esto se tratase de un régimen feudal, el pueblo se les echa encima hartos de vivir en la miseria a la que esas cosas amorfas llamadas política, banca, sistema financiero o Unión Europea, nos han condenado.
Es entonces cuando ese lenguaje incendiario, cargado de prejuicios y de clichés perfectamente fabricados para la ocasión, se desata desde los voceros mediáticos del poder político, para lanzar sus envenenados dardos contra la sociedad indignada, acusándola de ser antisistema. Todo ello con el objetivo de crear un clima propicio que legitime el uso de la fuerza policial (no importa que de manera desproporcionada y brutal) para intentar que cale el mensaje de que en el fondo, tras esa indignación no hay más que gentuza violenta que busca bronca por gusto.
Prejuzgados por sus ideas, por sus vestimentas, por sus intereses, por su aspecto, por sus gustos y modas. Los clichés y los prejuicios funcionan una vez más para descalificar y estigmatizar sin pruebas a un grupo de ciudadanos que se rebelan contra un sistema viciado y colapsado.
No puedes llevar el pelo rapado, o con greñas, no puedes vestir vaqueros o camisetas, no puedes llevar zapatillas de deporte, no puedes llevar anillos, colgantes o pulseras. No puedes ser rockero, gustarte la cerveza o ser un Friki.
No. Si eres así, date por jodido porque la sociedad ya te ha descalificado, ya te ha señalado y ya te ha proscrito.
En España sólo se pueden manifestar pacífica y ordenadamente las gentes que se compran trajes de 500 euros, llevan corbata y zapatos de piel, gozan de una buena posición económica y social y lo hacen con cestillos de picnic en el Parque del Retiro. El resto, esto es, los jóvenes sin trabajo, sean creyentes o ateos, punkis o rockeros, independientes o poperos, heavys o pijos, beban naranjada o cerveza, sean calvos o lleven melenas, lean libros o el periódico, sean auxiliares o doctores de universidad, si no se ajustan al modelo preestablecido por quienes tienen la sartén por el mango desde que cambiamos de la Dictadura a la Partitocracia, son (mejor dicho, somos) unos indeseables de los que no puede fiarse nadie; unos gandules en potencia que realmente no es que estemos indignados por vernos sin futuro, sino que estamos ganduleando porque nos apetece. En suma, una suerte de escoria social, calculadamente estigmatizada y crucificada por criterios subjetivos, por prejuicios asumidos como verdades, que los desacreditarán, diluirán su fuerza y en último caso, justificará el uso de la represión policial que a fin de cuentas es lo único que han hecho siempre quienes han estado en el poder: moler a palos al pueblo cuando el pueblo se harta de ellos.
No vale cómo seas, lo que valgas o lo que reclames. La sociedad ha sucumbido a la trampa mortal urdida por los apoltronados y difundida por sus voceros mediáticos, de tal suerte que ya no sirve de nada tu capacidad, tu talento, tu formación o tus habilidades. Lo único que importa es lo que aparentes ante el resto, lo que el resto decida que eres, lo que el resto determine que estás haciendo o puedes hacer. El fondo de la cuestión, los argumentos y las propuestas, la situación de hastío y agotamiento social por vivir en un sistema que nos ha anulado como personas, todo eso no sirve absolutamente para nada.
Lo que queda es que son (somos) unos violentos que provocan a la policía, es que son (somos) unos desoficiados que van a montar bronca, es que son (somos) una panda de antisistemas, es que son (somos) la generación del botelleo, es que son (somos) los Ni-Ni, y los pobrecitos no saben (sabemos) ni lo que quieren (queremos). Lo que queda es lo que los apoltronados quieren que quede, para que nunca se hable del fondo del asunto. Eso es muy molesto, porque remueve sus poltronas.
Y viviendo en esta estafa social de prejuicios y apariencias, de manipulaciones orquestadas, de fraudes y mentiras, de falta de respeto a la pluralidad y a la gente joven de la que me siento parte, de desprecio hacia sus culturas, sus expresiones, sus inquietudes y sus ideas, todavía pretenden que no esté indignado.
Y es verdad, no lo estoy.
Estoy indignadísimo.
Pero no pasa nada, porque tenemos el euro. Eso era lo importante.
Eso ha sido siempre lo único que les ha importado.
Qué asco de estupidocracia."

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